Hay días en los que te encuentras sola. Miras a tu alrededor y no hay nadie; soledad en un mundo repleto de gente.
Mires dónde mires y busques dónde busques solo te ves a ti, el reflejo de un alma rota, de un corazón destrozado. Unos ojos que cuentan miles de batallas que acabaron mal, la derrota de tu vida. Lo diste todo, arriesgaste y perdiste. Como un soldado, vuelves a casa, agradecido de seguir vivo, pero con cicatrices incurables, con traumas imborrables. En ocasiones desearías estar muerto. En el amor pasa algo parecido. Vives acostumbrada a una voz, a un aroma, a unos besos determinados. Una rutina que no quieres que se acabe jamás...Pero siempre acaba. Y vuelves al mundo al que pertenecías, pero a veces, ese mundo no es suficiente. Estabas acostumbrada a otro, a un lugar diferente y el estar sola te da miedo. Te da miedo porque no recuerdas como era. Es ahí cuando tú te vienes abajo y rebuscas en el pasado una explicación, algo, lo que sea, que pueda ayudarte a volver a mirar hacía delante. Y no la encuentras y vives sumergida en recuerdos, mirando un espejo que siempre refleja lo mismo, a ti, la maldita cara de un adiós inesperado.
Vives esperando un "Estoy aquí, contigo. No me voy a ir nunca, lo prometo" que nunca llega.
domingo, 11 de noviembre de 2012
Tiembla.
Todo yo rabiaba por besarla, tanto que me sentía estallar. Apoyé mis manos en la puerta a la altura de su cara y, mientras la madera crujía bajo mi peso, pegué mi boca a la suya. Ella me devolvió el beso moviendo sus cálidos labios y jugueteando con la lengua entre mis dientes, con el pomo agarrado a su espalda. Mi cuerpo se puso a zumbar como si lo recorriese una corriente eléctrica que lo atraía hacia su cuerpo, enloquecedoramente próximo.
Su jugueteo se hizo más intenso; noté cómo jadeaba en mi boca, cómo me mordía el labio inferior. Gruñí de placer y, antes de que pudiera empezar a avergonzarme, ella soltó el pomo, me enlazó el cuello con los brazos y tiró de mí hasta pegarme a ella.
+Eso ha sido muy sexy - musitó con voz entrecortada-. No creía que pudieras ponerte más sexy aún.
Volví a besarla antes de que dijera nada más y los dos caminamos hacia el centro de la habitación, enredados el uno en el otro. Me enganchó las trabillas del vaquero con los índices, metió los pulgares por dentro del pantalón y acarició suavemente los huesos de mi cadera.
-Joder - jadeé -. Tú... sobrestimas mi capacidad para dominarme.
+No espero que te domines.
Mis manos estaban bajo su blusa, pegadas a su espalda; ni siquiera recordaba cómo habían llegado hasta allí.
-No quiero...no quiero hacer nada de lo que vayas a arrepentirte.
Su espalda se arqueó como si mis dedos le hubieran transmitido una sacudida eléctrica.
+Pues no pares.
Me la había imaginado diciendo aquellas palabras de mil maneras diferentes, pero ninguna de mis fantasías se acercaba a aquel vértigo.
Nos tambaleamos hasta llegar a su cama, mientras una parte de mí pensaba que no debíamos hacer ruido. Pero cuando ella me ayudó a quitarme la camiseta y recorrió mi pecho con las yemas de los dedos, gemí olvidándolo todo. Mi mente trató de encontrar alguna canción, alguna sucesión de palabras que describiera aquel momento, pero no las había. En mi cabeza sólo había sitio para el roce de sus manos.
+Hueles muy bien - murmuró-. Cada vez que te toco, tu olor se hace más intenso.
Me incliné hacia delante, y ella dejó que la empujara hasta quedar tumbados. La rodeé con brazos y piernas hasta envolverla por completo.
-¿Estás segura? - pregunté.
Ella asintió, con los ojos brillantes.
Me deslicé hacia abajo para besarle la barriga en un gesto instintivo, natural, como si lo hubiera hecho mil veces y fuese a hacerlo mil veces más.
Me tapó con el edredón, se metió a mi lado y los dos nos desnudamos. Y entonces, con mi cuerpo pegado al suyo, gruñí olvidando por una vez mi piel y me entregué a ella como lo que era: suyo.
-Temblor.
Su jugueteo se hizo más intenso; noté cómo jadeaba en mi boca, cómo me mordía el labio inferior. Gruñí de placer y, antes de que pudiera empezar a avergonzarme, ella soltó el pomo, me enlazó el cuello con los brazos y tiró de mí hasta pegarme a ella.
+Eso ha sido muy sexy - musitó con voz entrecortada-. No creía que pudieras ponerte más sexy aún.
Volví a besarla antes de que dijera nada más y los dos caminamos hacia el centro de la habitación, enredados el uno en el otro. Me enganchó las trabillas del vaquero con los índices, metió los pulgares por dentro del pantalón y acarició suavemente los huesos de mi cadera.
-Joder - jadeé -. Tú... sobrestimas mi capacidad para dominarme.
+No espero que te domines.
Mis manos estaban bajo su blusa, pegadas a su espalda; ni siquiera recordaba cómo habían llegado hasta allí.
-No quiero...no quiero hacer nada de lo que vayas a arrepentirte.
Su espalda se arqueó como si mis dedos le hubieran transmitido una sacudida eléctrica.
+Pues no pares.
Me la había imaginado diciendo aquellas palabras de mil maneras diferentes, pero ninguna de mis fantasías se acercaba a aquel vértigo.
Nos tambaleamos hasta llegar a su cama, mientras una parte de mí pensaba que no debíamos hacer ruido. Pero cuando ella me ayudó a quitarme la camiseta y recorrió mi pecho con las yemas de los dedos, gemí olvidándolo todo. Mi mente trató de encontrar alguna canción, alguna sucesión de palabras que describiera aquel momento, pero no las había. En mi cabeza sólo había sitio para el roce de sus manos.
+Hueles muy bien - murmuró-. Cada vez que te toco, tu olor se hace más intenso.
Me incliné hacia delante, y ella dejó que la empujara hasta quedar tumbados. La rodeé con brazos y piernas hasta envolverla por completo.
-¿Estás segura? - pregunté.
Ella asintió, con los ojos brillantes.
Me deslicé hacia abajo para besarle la barriga en un gesto instintivo, natural, como si lo hubiera hecho mil veces y fuese a hacerlo mil veces más.
Me tapó con el edredón, se metió a mi lado y los dos nos desnudamos. Y entonces, con mi cuerpo pegado al suyo, gruñí olvidando por una vez mi piel y me entregué a ella como lo que era: suyo.
-Temblor.
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