Me levanto de un salto, abro la puerta y corro escaleras arriba. Entro en el cuarto y me dejo caer en la puerta ya cerrada. Me resbalo hasta quedarme sentada. Y lo hago. Y rompo a llorar. Cuánto lo necesitaba, cuánta falta me hacía. Y grito y le doy puñetazos a todo lo que pillo hasta hacerme puré la mano. Pongo la música a todo volumen e intento relajarme. Cuento hasta diez y poco a poco me voy serenando. No es suficiente. Esto no es suficiente. Esta no es la vida que yo quería, esto no es lo que yo me esperaba.
Mi mano se ha convertido en algo bastante feo. Me lavo la cara, me peino con fuerza, como si haciéndome daño pudiese despertar de esta horrible pesadilla que me persigue. Me curo la mano con cuidado, intentando no desmayarme con la visión tan horrenda de la sangre. Tampoco era para tanto. Solo tengo unos cuantos rasguños en los nudillos y la mano hinchada. Se va a poner morada pero no me importa.
Me pinto, cojo el bolso y salgo a la calle. ¿A dónde voy? No lo se.
No voy a escapar, aunque me encantaría. Voy a enfrentarme a todo esto y voy a seguir siendo fuerte.
Me voy a olvidar de todas esas mentiras que me contabas, de todos esos susurros a media voz. Voy a sacarte de mi vida, de mi mente, de mi corazón. Lo juro.
Sigo andando hasta tropezarme con una conocida. Me mira con tristeza, casi con pena. Genial, ya todo el mundo lo sabe. Todo el mundo sabe lo hijo de puta que has sido y como has jugado conmigo.
+¡Eh!, ¿qué tal estás?
Pues, ¿sabes qué? Nadie se va a dar cuenta de lo que siento, de como estoy, de lo hecha polvo que me has dejado.
-¿Yo? Genial.
Me voy con una medio sonrisa en los labios, con la tristeza amenazando con asomarse tras mis pupilas y con mi orgullo lo suficientemente alto como para reprimirla.