viernes, 30 de noviembre de 2012

No necesito nada más.

Me quedé mirándolo mientras estaba despistado, hablando con todo el mundo, sonriendo sin más. Era la primera vez en años que lo veía. Que lo veía realmente como era, siendo él mismo, sin esconderse. Le brillaba la mirada cuando se dio la vuelta y se quedó mirándome. Incluso a diez metros de distancia se podía escuchar el bombeo incesante de la sangre por mis venas. Los latidos irrefrenables de mi corazón. Por un momento, el mundo desapareció. La gente de nuestro alrededor dejo de importar y todo se silenció. No importaba nada, solo nosotros, perdidos en la mirada del otro.
Pensé en todo lo vivido hasta ahora, en todo lo ocurrido en aquellos disparatados meses que ahora parecían tan lejanos. Me descubrí sonriendo al pensar en sus tonterías de niño pequeño cuando era feliz. En sus momentos de pasión, de amor, de lujuria incontenida. Siempre estuvo ahí y yo nunca lo vi. ¿Cómo había podido estar tan ciega? Y ahora estaba ahí, mirándome con las manos en los bolsillos y la ceja derecha levemente alzada, ¿era eso una invitación silenciosa? Cerré los ojos un solo segundo y sonreí de manera automática. Alcé los brazos en señal de rendición y ahí, a diez metros de distancia, pude leerle la mente, pude sentir su pulso, su respiración casi tan acelerada con la mía. Empezó a reírse y su risa despertó todo lo que llevaba sintiendo en silencio. Me quedé mirándolo fijamente mientras él seguía riéndose y sin pensarlo, crucé esos metros que nos separaban y me arroje a sus brazos. Su sorpresa solo duró unos segundos, porque casi al instante me devolvió el abrazo y me mantuvo pegada a él. Con fuerza.
Nos convertimos en el centro de las miradas pero no me importó. Solo pude pensar en algo, una sola frase que expresaba todo lo que sentía, todo lo que necesitaba, todo lo que había callado sin ni si quiera darme cuenta: <<No puedo vivir sin esto.>>