domingo, 16 de diciembre de 2012

Recuerdos que vagan entre cenizas que siguen ardiendo.

Me siento a esperar a que las llamas que, poco a poco, van consumiendo las últimas fotos que me recuerdan a ti. Me quedo mirando el humo que evapora los momentos, que arrasa con todo y que hace que las lágrimas de mis ojos salgan antes de tiempo.
Miro las fotos y contemplo como el fuego acaba con una sonrisa, con una mirada, con unas manos entrelazadas, que hasta hace tan poco me parecía algo eterno. La base de mi vida. La estructura de mi universo. El motivo de tanta lucha, de tanta guerra. 
He luchado con uñas y dientes por mantenerte a mi lado, pero al final tuvieron razón. La gente tuvo razón. Estaba luchando yo sola, cargando con algo que no valía nada, que me podía y que me hacía envejecer a pasos acelerados. 
Cojo otra del montón que tengo a mi derecha, la miro, memorizando los gestos, tu cara, tu sonrisa, tu mirada y la lanzo al fuego. A la pila de recuerdos incendiados que, en este día de invierno, se acumula ante mis ojos. 
Que largo se me va a hacer el olvido, cuantas lágrimas me quedan por derramar y cuántos días de soledad tengo por delante. Intento dejar de pensar en eso, y cojo otra foto. Ahí estás, sonriente, despistado, sin saber que te estaba fotografiando. Me acuerdo de aquel día y de tu cara cuando te diste cuenta de la foto. De las carreras por la playa para borrarla, de los besos en el cuello cuando te venciste. De mí, que me sentía la persona con más suerte del mundo por el simple hecho de tenerte abrazado a mí. Y la arrojo al fuego junto con miles de recuerdos más que poco a poco el fuego se va tragando.
Antes de seguir quemando recuerdos, me detengo y me paro a pensar. A recordar. A recordarte. Cómo eras al principio, cuanto amor nos dimos, cuantos planes, cuantos besos y cuantas promesas. Y cómo eras al final. Cuanta indiferencia, cuantos enfados, cuantos olvidos, cuantas palabras mal gastadas haciéndonos sentir mal el uno al otro, cuantas noches dando vueltas en la cama pensando dónde y con quién estabas. 
Siento una lágrima, una sola, deslizándose por mi mejilla, silenciosa. Una lágrima tan solitaria como yo. 
Sacudo la cabeza y decido continuar con la ardua tarea que tengo ante mí. Miro hacía la derecha y me doy cuenta de que solo quedan tres fotos. Las tres más recientes, las de hace tan solo, unos meses. En esas fotos veo el reflejo de todo lo que un día fuiste y de todo lo que habías cambiado. Tu sonrisa, si se puede considerar sonrisa a esa triste mueca, es pequeñísima, falsa. Tu mirada no desprende aquella seguridad, aquella inocencia de la que yo me enamoré. Aquel amor que me procesabas que un día fue la envidia del planeta, ya no estaba. Ya no existía. Y me doy cuenta ahí, en esa foto, de que lo nuestro terminó mucho antes de lo previsto. No se como no lo vi, como no pude observar que estaba todo perdido, que ya entonces, luchaba por algo que hacía tiempo que había perdido. 
Las lágrimas empiezan a caer una tras otra, sin tregua. Y yo, impotente, cojo las otras dos fotos, intentando encontrar algo, lo que sea, que me diga que me he equivocado, que había algo, que todavía puede haber algo, pero encuentro más de lo mismo. Tu mirada perdida, tu sonrisa melancólica y mis ganas de amarte, de creerte, de que todo podía volver a ser lo mismo, al lado, reflejadas en alguien que, a duras penas, logró reconocer. Que entereza, que firmeza, que seguridad veo reflejada en mi propia persona, que hoy es tan frágil que hasta el mínimo roce del viento, puede destruirla. 
Sin querer mirarlas más, las quemo, condenando aquellas fotos al mismo destino que tuvieron las demás. 
Espero unos minutos hasta que el fuego devora por completo nuestros rostros y convierte en cenizas un amor que fue tan fuerte, tan intenso que, el mero recuerdo, hace que todavía me tiemble hasta el alma; y cierro los ojos y me pongo a llorar. A expulsar de mi cuerpo y de mi mente todo rastro de dolor, de soledad. De ti. Intentando, dolorosamente, olvidarte para poder seguir con mi vida, empezar de cero. 
Cuando vuelvo a abrir los ojos y me seco las lágrimas, ha pasado más de una hora. Me levanto y mirando por última vez aquella pila de recuerdos que un día significó el rumbo de mi vida, me doy la vuelta y echo a andar.
Me doy cuenta de que, a pesar de que ha pasado más de una hora desde que empecé a llorar, el fuego no se ha consumido del todo. Todavía quedan llamas danzando entre el dolor de mi pérdida; todavía las cenizas siguen ardiendo, como mi corazón, incapaz de olvidarte.