Era una partida difícil. Tenía todas las de perder, pero seguía apostando. Lo tenía en frente, con todas las miradas puestas en nosotros, y con sus ojos mirando fijamente los míos. De vez en cuando le daba una calada al cigarro que tenía medio consumido entre los dedos de su mano izquierda.
Se le notaba a leguas las ganas que me tenía. No hacía más que mirar mis ojos, oscuros como la noche, y cuando pensaba que no lo estaba viendo, su mirada se perdía en los contornos de mi cuerpo, en las curvas que aquel vestido me hacía. En mis piernas expuestas a su mirada. Yo lo notaba y sonreía, confiada. Apostaba alto cada vez que sentía su mirada perdiéndose cuello abajo.
Me encantaban sus miradas y cada vez que sus ojos miraban hacía otra persona, con descaro, me inclinaba sobre la mesa para quitarle el cigarro y darle una calada. Lenta, mientras nuestros ojos se encontraban de nuevo. En el tiempo en que me inclinaba, notaba todas las miradas puestas en mí y en el prominente escote que dejaba entrever partes de mi cuerpo capaz de hacer caer al hombre más hombre a mis pies. Cuando notaba su mirada, me erguía y volvía a apostar.
En una de esas apuestas altas, él, seguro de si mismo, se inclinó hacía mí. Yo, instintivamente, me dejé caer un poco más en la silla, mientras el vestido se me subía un poco más. Le dio la última calada al cigarrillo y el humo se convirtió en una barrera que me impidió verlo por unos segundos.
+Este juego se está volviendo algo aburrido. Deja de apostar tan alto y apostemos algo más...divertido.
Lo dijo con tono seductor, casi gracioso. Me erguí en la silla y acerqué mi rostro al suyo. A un suspiro de un beso.
-¿Qué propones, casanova?
Sonrío con una sonrisa perversa, pícara. Se pudo notar la subida de temperatura de nuestros cuerpos.
+Veamos, si gano yo, te vienes conmigo y esta noche me perteneces.
-¿Solo esta noche?
Le brillaron los ojos por un solo segundo y su mano buscó la mía. Cuando sentí el roce de su mano, aparté la mía sin dejar de mirarlo. Se me ensanchó la sonrisa.
+Todas las que quieras, muñeca.
Le miré confiada, segura de lo que estaba diciendo.
-Me parece justo, pero si gano yo, desapareceré de tu vida y jamás volverás a verme.
Ni si quiera se le borró la sonrisa y su mirada se hizo mucho más seductora.
Una pequeña multitud empezó a acumularse alrededor de nuestra mesa.
+Me parece justo.
Se volvió a echar hacía atrás mientras se remangaba las mangas de la camisa hasta los codos.
La partida se hizo mucho más interesante ahora que la apuesta era yo. Puesta la última carta sobre la mesa, llegó el momento de enseñarlas.
Yo no tenía nada, solo apostaba por poder seguir sintiendo su mirada sobre mí. Él enseñó sus cartas. Escalera.
Se levantó de su silla y me tomó de la mano, levantándome de la silla.
Se acercó a mi oído y me susurró:
+Ahora me perteneces, madame.
-Solo esta noche.
Empezó a reírse, mirándome de arriba a abajo mientras sus ojos brillaban de manera alarmante.
+¿No eran todas las que quisiera?
-Eso lo tendré que decidir yo.
Se acercó para darme un beso, pero yo perversamente, me retiré, dejándolo colgado.
La gente empezó a reírse y él me miró de manera interrogante.
-Te espero fuera, casanova - le dije mientras le guiñaba el ojo derecho.
Salí del bar con paso decidido, sintiéndome la reina de todo, porque podía. Porque lo era.
No tardó ni cinco minutos en estar detrás de mí.
Me agarro por la cintura y cuando me dí la vuelta me plantó un beso en los labios.
Cómo me gustaba ese hombre y como me gustaba saber que lo tenía a mis pies, que me pertenecía. Si yo decía ven, él iba a venir. Si yo decía aquí, aquí iba a estar. Que fácil que son los hombres...