Que maldita manía la mía la de acariciarte la nuca cada vez que paso por detrás de ti, como una señal clandestina, como un reconocimiento de que yo también te echo de menos si no estás a mi lado. Entonces tu giras la cabeza, yo me vuelvo y los dos sonreímos como idiotas. Me guiñas un ojo y yo me muerdo el labio mientras te hago gestos disimulados para que me sigas. Te quedas muy serio, te aflojas la corbata y les dices a los demás que te perdonen, que ahora vuelves. Y me sigues. Y yo te espero fuera, en el callejón más oscuro que pueda encontrar.
Me dejo caer contra la pared y cierro los ojos, mientras pienso en las locuras que se pueden cometer por amor. Porque esto es una locura.
De repente apareces en la entrada el callejón y me quedo rígida. Te pasas la mano por el pelo, alboratándolo. Y que guapo que estás despeinado, con esos ojos verdes brillando y esa sonrisa de peligro.
No me da tiempo a pensar en todo lo que quiero que me hagas cuando ya lo estás haciendo. Tus manos en mi cintura, las mías aferradas a tu pelo. Tus dientes que me muerden, yo que me retuerzo contra tu cuerpo. Tú que me aprietas, yo que quiero que no dejes de hacerlo. Tu boca que está en todas partes, mis gemidos incontrolables, tú que te tensas.
-Vámonos de aquí-.Susurras
No me lo pienso y te saco a rastras del callejón.
-¿A dónde vamos?-.Me tiembla la voz.
Me miras de arriba a abajo y me aprietas otra vez contra tu cuerpo
-A dónde pueda arrancarte ese vestido.
Oh, dios mío.