-Si yo te dijera que creo en los míticos "para siempre" y que algo me dice que tú y yo tenemos mucha historia por vivir, ¿qué dirías?
+Que mientes.
-¿Miento?
+Sí
Se acerca un paso y yo retrocedo otro. La habitación es pequeñas así que no tengo mucho que retroceder. Me quedo parada a la mitad, evitando arrinconarme.
+¿Miento cuándo te digo que hoy estás preciosa?
-Sí
Se cruza de brazos y me mira desafiante. No sé quién se habrá creído que es, pero conmigo la lleva clara. No me gusta su actitud. No me gusta nada de él. Punto.
Se ríe y vuelve a la carga.
+Muy bien, entonces también miento cuando digo que tú no sientes nada por mí, ¿verdad?
-Sí
Esta vez se ríe con ganas y eso me saca de quicio. Cierro las manos y las aprieto. Si tengo que darle un puñetazo y romperle esa maldita sonrisa de imbécil que tiene, lo hago y punto.
-No sé que es lo que te parece tan gracioso, la verdad.
Aprieto un poco más las manos y, de forma inconsciente, me muerdo el labio por dentro hasta sentir el sabor de la sangre. Mierda.
+Me hace gracia tu cara. No sabes mentir. ¿De verdad piensas que me has engañado? Cómo si no te hubiera visto observarme miles de veces desde aquella ventana - señala la ventana que está a su izquierda, la que da directamente a su habitación en el edificio de en frente. - Vamos, reconócelo. Te gusto...Al menos un poco.
-Pero que arrogante puedes llegar a ser. ¿Tú gustarme a mí? Ni en mis peores pesadillas, chaval.- Intento rodearle para salir de la habitación pero él se adelanta y me corta el paso.
+Que mal mientes, de verdad. Cómo si no pudiera ver el brillo de tus ojos cuando me miras. Vamos, acéptalo. Tú si me gustas y no tengo problema en decírtelo.
Me quedo mirándole. ¿He escuchado bien? ¿Yo gustarle a él? ¿Al tío más guapo que he visto en mi vida? ¡Venga ya! Eso no se lo cree nadie. Aún así parece que no he escondido muy bien mi cara de sorpresa, así que él se vuelve a cruzar de brazos, agacha la cabeza y se ríe despreocupadamente. Cuando vuelve a mirarme, su sonrisa sigue estando intacta pero hay un brillo que no consigo reconocer en sus ojos grises.
+No me crees.
No es una pregunta, es una afirmación. Sin darme tiempo a reaccionar, él se acerca y pone sus manos en mi espalda mientras me atrae hacía su cuerpo. Mis manos siguen siendo dos puños apretados que acaban posándose en su pecho.
Baja un poco la cabeza y acerca su nariz a la mía mientras sonríe con total naturalidad. Mi pulso se dispara.
+Tendré que demostrártelo.
Cuando le pillo el sentido a las palabras ya es demasiado tarde. Su boca se ha hecho dueña de la mía como si lo hubiera hecho miles de veces.
Casi sin darme cuenta le devuelvo el beso con la misma voracidad que él. Mis manos se relajan y las extiendo sobre su camiseta, arrugándola.
No puedo parar de besarlo, como si fuera a desaparecer, como si mañana ya no recordara mi nombre. Así que como no puedo parar, sencillamente, no lo hago. Y me dejo llevar.