viernes, 3 de agosto de 2012

Esta noche dime que me quieres.


-¿Por qué todo empieza y acaba con tanta facilidad? ¿Por qué no hay ganas de construir, de seguir adelante, de renunciar, de ser fuertes? ¿Por qué no se prefiere lo bonito, el amor limpio, el amor honesto...? ¿Por qué...? -Cerro los ojos. Las lágrimas empezaron a caer lentamente por sus mejillas. De repente abrió los ojos, recuperó la lucidez-. ¿Tú también eres así? ¿Yo también tengo que hurgar en tu vida? ¿Debo ser mezquino, debo renunciar a mi dignidad para saber sí has estado en un coche o en un sórdido hotel con otro?
Ella se puso tensa y se levantó de la cama.
+Ya te lo he dicho.-Su voz era firme y dura-. Cuando ya no te ame, te dejaré. No me hagas culpable de lo que no soy.
-Y tú no te quedes nunca conmigo por compasión.
+¿Tú crees que estás hablando de amor? No hay ni pizca de amor en lo que estás diciendo. Siempre haces que me sienta culpable por algo. Somos felices. ¿Por qué no quieres ver que nuestro amor también ha resistido esa prueba?
-Ven aquí...
+No.
Volvió a ser la chica caprichosa y testaruda de siempre.
-Te he dicho que vengas.
+Y yo te he dicho que no.
Él sonrió.
-Ven aquí, por favor. -Se quedaron un rato callados. Volvió a intentarlo-: Venga...
Sólo entonces consiguió que ella se moviera. Se acerco a él pero sin dejar de ponerle mala cara, con los brazos abandonados a los lados y la cabeza baja, herida por aquel tiempo desperdiciado así porque sí. Le cogió la mano, la atrajo hacía él y la besó.
-Tienes razón, perdóname.
+No vuelvas a decirlo nunca más.
-Te quiero.
+Eso sí, eso dímelo siempre.