Ya no he vuelto a ver las estrellas por miedo a recordar, a sentirme sola ante algo tan grande.
Suelo ser bastante desconfiada y jamás me había pasado cosa similar a esta, pero por desgracia para mí, cuando me enamoro pongo los cinco sentidos en una sola persona y dejo de lado hasta lo más crucial. Me vuelvo una ciega, sorda e incluso hasta muda. Me entrego hasta el final, no dejo nada y lo doy todo. Y ese es el mayor problema de todos: cuando lo has dado todo, hasta la última gota de tu ser, de tu vida, de tu amor, ya no te queda nada. Te has exprimido a ti misma y has perdido el horizonte.
En ocasiones, esto no es un problema si has dado con la opción correcta, la persona adecuada, el llamado "amor de tu vida", pero si te equivocas, como yo, esto se convierte en un serio problema.
Ya no salgo a ver las estrellas, pero he encontrado una manera mejor de verlas, un lugar pequeño pero acogedor. Un lugar que me pertenece y dónde me siento medianamente bien.
No es lo mismo, claro que no, pero por el momento me vale. Si algún día me recupero, volveré a salir a verlas, pero eso sí, sola.