sábado, 15 de septiembre de 2012

Hasta el amanecer.


Te paras en frente de mí y capturas mi boca con la tuya. Admiro tu capacidad de hacerme olvidar hasta mi nombre con un solo beso. Tus manos en mi espalda buscando la orilla de mi chaleco, desesperadas.
+Te he echado mucho de menos, muñeca.
Tu ropa por el suelo, la mía haciéndole compañía. ¿Cómo he podido sobrevivir tanto tiempo sin tus caricias? ¿Cómo mi cuerpo ha sido capaz de resistir una sola de tus miradas azules? Apoyas tu frente en la mía y a un solo centímetro de mi boca sonríes y como si la vida me fuera en ello me aferro a esa sonrisa. Quiero recordarla cuando te vuelvas a ir.
+Tú también me has echado de menos, no disimules. 
-No estoy disimulando. Sabes que sí.
+Pero cómo yo he sido el que más te ha echado de menos, esta noche me toca jugar a mí. Hoy mando yo.
-¿Cómo lo sabes?
+Intuición masculina.
Y un solo segundo estamos en la cama. Tus ojos que se encuentran con los míos y brillan, cómplices de todo lo que estamos sintiendo. Tus manos que no se paran y tu risa contagiosa, perversa. 
+¿Dejarás que me porte mal? Si no me dejas, me da igual. Voy a serlo de todas formas.
Sólo tú eres capaz de hacerme esas preguntas. Sólo tú podrías hacer que me sintiera así. Como respuesta te muerdo el labio. Creo que no hay nada más que decir, sólo que en ese momento, en ese preciso momento en que tus labios reclamaron mi cuerpo, deje de pensar. Deje a un lado todo lo que estaba pensando y solo fui capaz de reclamar tu nombre. Suspirarlo, gemirlo, amarlo, sentirlo, suplicarlo. Hacerlo mío de todas las formas posibles y recibir como respuesta el susurro de tu respiración en mi oído, con una sola súplica capaz de poner mi mundo boca abajo y dejar a mi pobre corazón buscando la manera de volver a controlar los latidos:
+Te necesito.