miércoles, 21 de noviembre de 2012

Por favor, no te vayas.

Estaba enfrente de mí, con la mirada agachada. Lo estaba perdiendo. No, no podía dejar que se fuera, no iba a dejar que se alejara de mí y no volviera a verlo más. Tenía que hacer algo y rápido porque no hacía más que decir que lo sentía mientras me miraba a mí y a la puerta de la habitación. Levanto la mirada y negó con la cabeza mientras se daba la vuelta y se encaminaba hacía la puerta. Era ahora o nunca. Si salía por esa puerta, lo más seguro es que no volviera a verlo. Lo habría perdido. Para siempre. El corazón me dio un vuelco y casi sentí como se me salía del pecho. No, eso no. Lejos de mí, nunca. ¿Qué sería de mí sin él? 
Sin ni si quiera pensarlo, hice lo único que alguien como yo, podría hacer. Salí tras él y antes de que su mano alcanzará el pomo de la puerta, me aferre a él. Le di la vuelta y me arroje a sus brazos, muerta de miedo. No podía perderlo. Busqué su mirada y, actuando por instinto, le besé. Se sorprendió pero no se retiró. Se quedó abrazado a mí, siguiéndome el juego. Cada vez me apretaba un poco más, y no paramos más que para coger aire. Estaba ahí, mirándole, loca por él. Le salió una sonrisa sesgada, de esas que me mataban. Su mirada seguía siendo triste, y entonces lo supe. Si lo soltaba, si abría esa maldita puerta, se iba a marchar. Se iba a ir para siempre y creo que no podría hacer nada para evitarlo. Pero había algo, todavía había algo, alguna razón por la cual no me soltaba, por la cual seguía besándome como si estuviera fuera de sí. Me quería. Me quería más de lo que yo podría llegar a imaginarme, pero nos estábamos matando. Estábamos haciéndonos tanto daño que lo nuestro era un maldito sin vivir. Yo le quería, aunque no llegaba a hacerme a la idea de cuánto. Se escapaba de mis cálculos. 
Intenté alejarme un poco, solo un poco para mirarle bien, pero no me dejó. Al notar que yo me separaba de su cuerpo, fijó su mirada en la mía e hizo un movimiento casi imperceptible que me indicó que él no quería que me marchara, que me moviera de su lado, que lo dejará escapar.
Volví a actuar sin pensar y lo arrastré uno, dos, tres, hasta diez pasos lejos de la puerta. Era la única manera que se me ocurría para que no se fuera de mi vida: alejarlo de la puerta. Empecé a caminar hacía atrás, arrastrándolo conmigo hasta que mi espalda tropezó con la pared opuesta de la habitación. Lo había alejado todo lo que podía de la salida. Sí, lo sé, era la solución más estúpida que se me había ocurrido en la vida, pero era lo único que podía hacer. Por ahora.
Me soltó y me agarro la cara con ambas manos. Estaba serio. Tan serio que pensé que me iba a echar a llorar en cualquier momento.
-No me dejes. Por favor, no te vayas.- se lo susurré a media voz, con el miedo de ponerme a llorar como una niña pequeña.
Me miró directamente y pareció tener miedo. Sentí como aflojaba las manos que aún me sostenían la cara. Mierda, se iba a dar la vuelta y a irse. Si lo hacía, esta vez no habría nada capaz de detenerlo.
Volví  a hablar y le dije lo único que importaba, lo de verdad valía la pena. La razón de que no le dejará abrir la puerta y marcharse. 
-Te quiero -. Al decirlo se me quebró la voz y no pude evitar que las lágrimas no se me saltaran. 
Apartó las manos de mi cara y me abrazó, más fuerte, mucho más fuerte que antes. Sentía que me ahogaba pero no lo solté. No iba a soltarlo. Si él estaba esperando a que yo lo dejará marchar, a que lo soltará, iba a tener que esperar mucho más. No iba a apartarlo de mí. Nunca más.
+Yo también te quiero, pero...
No lo dejé terminar y lo besé. Lo besé como nunca antes lo había hecho, demostrándole quién era yo, cuánto lo necesitaba, cuánto lo deseaba. Cuánto lo amaba. Me entregué en cuerpo y alma en ese beso. Necesitaba  convencerlo, necesitaba que comprendiera que yo sin él estaba perdida, que me iba a hundir.
Me devolvió el beso y apoyó las manos en la pared, cerca de mi cara. Estaba cediendo. Por el momento yo estaba ganando...Pero solo por el momento.