Había una vez en un lugar muy cercano una chica que no encajaba en ningún sitio. Era demasiado diferente para esa maldita sociedad que la castigaba haciéndole el vacío continuamente. Era la fea del baile. El patito feo del estanque lleno de cisnes. No sabía que hacer para que la quisieran, para que la valoraran. Ella era buena. Muy buena, pero sencillamente, un día se cansó. Dejó de intentar ser otra cosa, dejar de ser ella misma. En el fondo ella sabía que valía mucho más que esa pandilla de superficiales que la miraban mal.
El patito feo creció y no se convirtió en un cisne perfecto y superficial. Siguió siendo un patito, pero un patito precioso. Se convirtió en lo que siempre quiso ser y era feliz. Hasta que un día todos los que un día le hicieron daño volvieron embelesados. La admiraban. Era increíble. Ella se reía. No había cambiado, seguía siendo la misma. Y con todo el orgullo del mundo se comió a todos esos cisnes refinados, a la sociedad que le amargaba la vida, al mundo entero.