+¿Por qué no estás conmigo?
Él se acerca y en en menos de lo que se tarda en parpadear, me empuja contra la pared y se queda mirándome.
-Porque no me gustas.
Sonríe de forma cínica. Deja caer su frente en la mía y mientras me mira a los labios, insinúa:
+Mientes.
Tiene razón. He mentido. Me gusta, eso no se puede negar.
-Eh...Porque no te quiero.
+Pero te gusto.
No es una pregunta. Es una afirmación. Acerca su boca y yo me derrito. Me mira a los ojos, con esos preciosos ojos miel que tiene y se ríe. Sabe que me tiene, sabe que puede hacerme lo que quiera. Me voy a dejar. Asiento sin mirarle a los ojos, mi mirada fija en sus labios.
+Entonces, si tú me gustas y yo te gusto, ¿no es razón más que suficiente para que estés conmigo? - y de repente se pone rígido, su mirada cambia. Aprieta a los labios y me mira fijamente de una manera que no sabría explicar. Así como...¿dependencia? - Déjalo.
Eso ha sido una súplica. Una súplica que podría ponerme en un serio aprieto.
-No puedo...
+¿Qué razón te empuja a seguir con él? ¿Qué razón puede ser tan fuerte como para alejarte de mí?
Levanto la mirada y con el corazón en la boca respondo:
-Le quiero.
Es suficiente. Se aparta rápidamente y siento el frío a mi alrededor. Se lleva las manos a la cabeza y casi implora:
+Entonces, ¿por qué seguimos insistiendo?
-Has sido tú el que ha venido a buscarme.
+Siempre soy yo el que te busca, tú te haces la estrecha pero siempre acabas accediendo. No lo querrás mucho.
-¿¡Perdona!? Si accedo es porque tú me provocas. No soy de piedra. Además, me gustas. Eso es innegable.
Sonríe de manera tímida y a al mismo tiempo, extrovertido.
+Antes lo has negado.
Vuelve sobre sus pasos, coloca una mano en mi cintura y la otra en la pared, de la que todavía no he sido capaz de moverme. Está tan cerca...
-Antes...Antes no sabía lo que d..decía.
Encima tartamudeo, como dejando bien claro el poder y la influencia que ejerce en mí.
Su boca a un milímetro de la mía, y su sonrisa, sesgada, me envuelve.
Sin poder remediarlo, exijo:
-Bésame.
Lamento mi maldita exigencia en el mismo segundo en el que sale de mi boca.
Sin moverte, me aprieta contra la pared, con una sola de sus manos, inmoviliza las mías sobre mi cabeza. Sus labios siguen ahí, tentándome a cruzar todas las líneas de la fidelidad, una vez más.
+Esa no es manera de pedir las cosas, ¿no crees?
Baja sus labios por mi cuello, dejando una estela de besos, que hace que lo poco que me queda de cordura y de culpabilidad se vaya a la mierda. Con la mano que tiene libre me acaricia la cintura.
Sigo inmovilizada y no hago nada por intentar liberarme. Ni siquiera me muevo.
Me recorre el cuello de arriba a abajo, escalando por mi barbilla hasta llegar al mismo punto desconcertante de antes. La tentación se queda parada, esperando.
+Si quieres un beso, vas a tener que utilizar mis palabras mágicas.
-No pienso rogarte nada. Hasta ahí podemos llegar. No pienso suplicar.
+No me refería a esas palabras. Simplemente hazme saber que tienes las mismas ganas que yo, que la culpa no va a ser solo mía. Hazte responsable de lo que va a pasar y, a parte de darme a mí una razón para que rompa con los límites, dártela a ti también.
Y es ahí cuando lo entiendo todo. Él no quiere que esto sea solo algo llevado por el momento. Quiere que sea algo más, y que mi mente, entienda de una vez y libere su culpa. Y más allá de toda la razón que mi corazón me permite poseer, sonrío y decido darle, no solo a él, sino a mí también, esas preciadas palabras, por las cuál mi conciencia quiere crucificarme.
-Bésame porque...Porque me gustas y porque te necesito. Bésame, porque, como bien sabes, lo que tú me haces sentir va mucho más allá de las palabras. Bésame, porque está mal. Sí, está mal, pero no es un error. Es lo que quiero ahora. Es lo que necesito en este mismo momento y a la mierda el mañana.
Tras estas palabras, afloja su mano y pone las dos en mis caderas. Yo, automáticamente, llevo las mías a su cuello. La miel de sus ojos resplandece de un tono que podría confundirse con el oro, y su sonrisa...Su sonrisa es de placer, de convencimiento. Lo he convencido.
+Mm, me has convencido.
Y acto seguido, su boca a una rapidez extrema, se hace cargo de la mía, sus manos que no paran quieta deciden que es allí, en ese mismo lugar, dónde la culpabilidad y la razón dejaron de existir. Es ahí, donde todo termina y donde todo empieza.
Y a partir de este momento, ya os podéis imaginar lo demás.