Tus manos, tus labios, tus ojos, tu sonrisa, tus miradas, tu cuerpo; mi perdición, mi infierno particular, mi cielo privado. Tú, yo, nosotros, cama, sábanas, risas, suspiros, tu nombre, mi nombre, cosquillas, juegos, prisas, ganas de ti, necesidad de ti, vivir por ti, morir por ello. Piénsalo.
Mírame y dime que no te mueres por mí, que no tienes las mismas ganas que yo de perderte en mi cuerpo, de jugar conmigo, de hacerme tuya. No te muerdas el labio, no me guiñes el ojo que me pierdo. Que muero por tus sonrisas en mitad de cada beso, por tus caricias por mis piernas, tu mano que se pierde en las costuras de mi vestido. El tiempo que pasa rápido, el sol que se pone tras nuestra ventana, la luna como testigo de mi pérdida de control, de mis debilidades.
Y tú como verdugo de mis pasiones, ejecutándolas una a una, sin descanso. Perdida entre las sábanas, confundida con la suavidad de tu piel, con el sonido de tu risa ahogada en mi oído. Suspiros robados, gemidos incontrolables.
La séptima sinfonía tocada en mi cuerpo; la octava si hace falta.
Tus ojos, maldito sean tus ojos, responsables de mis delirios, de mis temores, de mis ganas de perderme en ellos. Culpable de mis sueños, y de las peores de mis pesadillas, que siempre suelen ser sobre perderte.
¿Y dónde dejamos tus manos? Tus manos que me arrancan la cordura a latigazos de pasión
desbordada. Las que me atan, las que mueven los hilos que me llevan hacía ti cada madrugada.
Pero es tu boca la mayor tentación de todas. Cuando sonríes el mundo se desvanece y yo enloquezco con solo pensar que algún día dejaras de hacerlo. Tu sonrisa en mitad de la noche, reluciendo ante mis ojos. Sabedora de nada, entendedora de todo. Consciente de lo que vas a hacer, de lo que yo siento, de lo que necesito que hagas. Y de tus besos mejor ni hablamos. No puedo definir lo que siento cuando me besas, cuando te pierdes por los rincones de mi cuerpo.
Tu cuerpo como la mayor de las tentaciones a las que me haya enfrentado jamás en la vida. Capaz de hacer que te busque, que me desespere, que te reclame.
¿Y cómo podría yo alejarme de ti, tener la fuerza necesaria para separarme definitivamente de ti? No, no puedo. Tú no pares, que yo me quedo.
Deja que me quede un rato más aquí, desorientada, extasiada, drogada de ti.
Que la noche se convierta en nuestra fiel aliada, testigo de todos nuestros secretos, bebedora de nuestros suspiros y amante de nuestros encuentros furtivos.
Si buscara la definición de pasión, libertad, lujuria, droga, sexo, pecados e incluso de amor, aparecerías tú. Tú, tu sonrisa y tus malditos ojos claros.
Bendita la suerte que tuve al tropezarme contigo en mi camino y maldita mi suerte si algún día desapareces.