miércoles, 7 de noviembre de 2012

Al borde de las llamas del infierno, amor.

Para vosotros, que cuando habláis de eso de que el amor es una mierda, de que no existe y de que no vale la pena, yo me pregunto, ¿qué sabréis? Qué sabréis vosotros de amor si no la habéis visto quedarse dormida sobre mi pecho cada noche. Vosotros, que no la habéis visto cantar como una loca por toda la casa, que no la contempláis con esa sonrisa tan suya que ilumina todo el universo. No sabéis lo que es amor, porque tampoco la habéis visto decir "te quiero". ¿Cómo podríais decir que el amor no existe sin ni si quiera escucharla hablar? ¿Qué loco no podría enamorarse de su manera de andar, de sus caras de enfado cuando algo no le sale o de ella por completo? Nunca la visteis leyendo un libro, concentrada, en mitad de la noche, esperando a que yo se lo arrancara de las manos. No, no conocéis el amor, el famoso amor de las mariposas en el estómago; mariposas en el corazón. Ese que te atrapa y ya no te suelta, el que te marca la vida y te hace pensar seriamente en como podrías seguir adelante sin sus uñas arañándote la espalda cada madrugada. El que te hace replantearte hasta tu propio nombre y el mismo que transforma tu camino en uno compartido.
Así, como no conocéis el amor, tampoco conocéis la tentación en su estado puro. La pasión, la lucha cuerpo a cuerpo en una superficie horizontal. 
No sabéis lo que es tentación porque nunca habéis visto sus miradas desde su paraíso de espuma. No la habéis visto caminar por toda la casa con mis camisetas puesta. Solo con mis camisetas. Jamás la contemplasteis bailar al ritmo de la música, llevando al límite el escaso autocontrol que me queda. Caminar con tacones altos y vestidos cortos mientras me mira a los ojos, exigiendo lo que quiere. No la habéis escuchado por las noches, cuando es mía. Ni si quiera sabéis lo que es desnudarla siempre que puedo. ¿Qué podríais saber de tentación si nunca la escuchado gimiendo mi nombre? No tenéis ni idea de lo que significa tentar a la suerte en la curva de sus caderas, en el horizonte de sus piernas. Pasear por su clavícula cual naufrago perdido en busca de su cuerpo. Que te arañe la espalda, te muerda el labio inferior mientras se ríe, descarada; que se pierda cuello abajo, sintiéndose dueña del mundo. Hacer las paces pidiendo guerra, ya sabéis. 
Que haga de ti su títere, y tu imponente, solo deseas que no se vaya jamás, que permanezca siempre; tú su esclavo, ella la dueña. 
No conocéis ni el amor ni la tentación porque no la conocéis a ella, ¿y sabéis que es lo mejor? Que es mía. Morid de envidia, porque seguiré perdiéndome en el paraíso de su cuerpo y en la armonía de su vida, mientras vosotros, ilusos, buscáis la perfección, sin saber que ya tiene dueño: Yo.


No hay comentarios:

Publicar un comentario