Todavía sigo pensando que lo nuestro fue real. Que no fue un sueño de esos que duran un suspiro. Que quizás tú algún día cojas ese maldito móvil, marques mi número, me llames y me digas que sí, que quieres volver a verme, y que fue real, que no estoy loca.
Es cierto que a veces he llegado a pensar que estoy loca. Que tal vez todo fue un sueño y que tú sólo fuiste un producto de mi imaginación, que ya no aguantaba la maldita soledad.
Desde que aquello acabó, yo estaba como dormida. Cómo si nada me importara... Estaba tan muerta, y tan sóla que me asustaba de mi propio reflejo en el espejo. Ahí fue dónde tú apareciste. En aquel bosque cerca de la villa. En ese mismo bosque, dónde la gente asegura que uno puede llegar a enamorarse. Yo lo pude comprobar en el mismo instante en que tus enormes ojos negros se encontraron con los míos apagados, sin vida. Sonreíste y me descubrí a mi misma, respondiendo a esa pequeña sonrisa tuya.
Ese verano fue mágico. Se lleno de sueños y de ganas de amarnos. Fue imposible pasar un día sin ti, y de repente desaparezco. Me voy porque me asusto del amor. De volver a sentir aquello que un día me hizo rejuvenecer y brillar con tanta intensidad.
Fue un error. Un maldito error. No debí separarme de ti y de tus besos. Pero para cuando me di cuenta de qué había metido la pata, ya era tarde. Tú ya no estabas.
No quise preguntar a nadie por ti o por tu ausencia, porque nadie supo nunca de lo nuestro. De nuestros besos y caricias a altas horas de la madrugada en un bosque solitario.
Decidí venirme a vivir aquí para intentar verte de nuevo. Para quedarme con tu recuerdo para siempre. Hace ya más de un año que estoy aquí y tú no has vuelto.
Quizá debería ir a buscarte a otro lugar, comenzar mi búsqueda por otras tierras. No sé si te encontraré, pero puedo asegurarte que lo voy a intentar hasta que ya no me queden fuerzas en el alma. Hasta que mi corazón decida dejar de latir.
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