Siempre igual. No haces más que hablas y hablar.
Bla, bla, bla, bla.
Siempre lo mismo. La misma rutina.
Discusiones, enfados tontos, celos y llantos.
Pero a veces pasa que sedes un poco y te asercas. La reconciliación.
Es lo que más me gusta de todo, la verdad.
Sobre todo cuando te empeñas en abrazarme y en decirme que no va a volver a pasar sabiendo que al otro día ya lo habremos olvidado y todo seguirá igual.
Me besas, te beso. Primero lento y suave, muy, muy romántico.
Eso siempre me deja sin palabras y con ganas de más.
Luego me atraes y me pegas a tu cuerpo y empiezas a besarme rápido, fuerte y con un toque muy seductor que siempre hace que pierda lo poco que me queda de cordura.
Sí, eso también me encanta de ti.
Sobre todo cuando me miras con esa mirada de picardía y con esa sonrisa de astucia que demuestra que sabes que ya me he rendido a tus pies, que puedes hacer lo que quieras conmigo y además que sabes lo que sucederá después.
Hay veces que ni siquiera sabía donde estaban tus labios ni donde estaban tus manos porque las sentía por todo el cuerpo, tocándome de una manera única.
Sí, reconozco que me gusta, me encanta y me vuelve loca que me muerdas y me seduzcas de esa manera tan peculiar.
Que me encanta ser yo la que te quite la ropa y la que te empuje a la cama.
Sin duda la reconciliación es mi parte favorita de nuestra relación.
Pero como siempre, al día siguiente seguimos igual. Nada cambia.
Otra vez la rutina y otra vez la misma historia de siempre.
Pero me he cansado, amor.
Ya no puedo más con esta absurda rutina.
Y comienzas a hablar y a decir tonterías.
Ya esta, no aguanto.
Te empujo contra la pared, esta vez soy yo la que te besa de una manera desenfrenada.
Shh, no digas nada más, solo quiero oír el sonido de nuestros besos y de nuestra respiración demasiado acelerada.
Solo te pido que lo olvides todo, por un momento te concentres en esto, en lo que está pasando, en este preciso momento.
No te frenes, no te controles.
No hables más, por favor.
Shhh, calla y bésame.
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